martes, 31 de octubre de 2023

Las razones de la política y las razones del corazón (o de las historias que se cuentan los políticos)

 Sucesos vertiginosos

El cimbronazo del domingo 22 de octubre ya pasó. Sergio Massa emergió como ganador indiscutido e inesperado superando por casi 7 puntos al favorito Javier Milei y dejando fuera del ballotage a una alicaída Patricia Bullrich.

El lunes 23 el camino de Sergio Massa a la presidencia se presentaba promisorio. Con la ventaja que da un triunfo sólido a una fuerza política ordenada y con una clara vocación de poder.

Sin embargo, como es común en Argentina, lo disruptivo emerge vertiginosamente antes de que se haya procesado por completo el acontecer inmediato. Así, durante la misma noche de ese lunes, comenzaron a circular rumores sobre una reunión entre Javier Milei y Mauricio Macri, lo cual anticipó el desenlace dramático del día siguiente. En una conferencia de prensa improvisada, Patricia Bullrich y Luis Petri anunciaron que, tras intercambiar mutuos perdones, y en representación de la fórmula derrotada el domingo anterior, trabajarían de manera conjunta, junto a Mauricio Macri, en apoyo a la campaña de Javier Milei."

Política y humanidades

En una de nuestras concepciones subyacentes sobre la política, a menudo la ubicamos en una suerte de limbo trascendental, como si la política fuera una superestructura desligada de las pasiones humanas."

En el siglo XVII Blas Pascal sentenciaba que el corazón tiene razones que la razón no conoce.

Siglos más tarde, Sigmund Freud invitó a pensar que cuando desconocemos las razones inconscientes determinantes, inventamos razones espurias o racionalizaciones para justificar aquello que emerge extraño a nuestra consciencia.

Más modernamente, el neurocientífico Antonio Damasio teorizó que en las decisiones humanas las emociones preceden a las razones y, a la vez, las guían a través de señales casi inadvertidas.

Sin embargo, una inspección fundamental de nuestra vida mental revela lo evidente: muchas de nuestras metas no son inconscientes ni pasan desapercibidas. De hecho, la noción sencilla de que el deseo de alcanzar un objetivo influye en nuestras acciones parece ser una regla más que una excepción. Esto es tan cierto como la transparencia de los deseos que nos llevan a evitar destinos que consideramos temidos o desagradables.

En términos sencillos, para comprender cómo se desarrollan los eventos políticos, a veces resulta útil conjeturar acerca de los deseos y creencias de los actores involucrados. Esto es lo que instaura el campo de la psicología política, en tanto disciplina que aspira a comprender la realidad política a la luz de la psicología de los actores políticos.

Narrativas mentales o del arte de contarnos y representar historias

Sin embargo, los deseos y las creencias tienden a converger en una unidad de significado más amplia: las narrativas mentales. Las narrativas mentales son las historias que, de modo más o menos consciente o inadvertido, nos contamos a nosotros mismos y que, consecuentemente, determinan nuestras acciones.

Las narrativas mentales son estructuras psicológicas en las cuales nos posicionamos como personajes activos inmersos en un escenario más amplio que abarca lugares, tiempos, situaciones y otros actores intencionales que conforman una trama desarrollada a lo largo del tiempo. Pero, además, las narrativas mentales se plasman en representaciones tangibles que dirigimos a interlocutores reales cuya psicología elucubramos imaginariamente. La siguiente cita, amplía el significado de las narrativas mentales:

 “Las narrativas mentales se refieren a las historias que creamos acerca de nosotros mismos, tanto las que nos contamos internamente como las que compartimos con otros. En la vida de una persona pueden distinguirse dos escenas: la que los demás pueden observar y la que la persona cree estar viviendo. Sucede que desde esa perspectiva interior los acontecimientos de nuestra vida los vivimos como posibles actos de escenas mayores cuyo "continente" final es nuestra historia personal. Quizás nos consideramos los protagonistas de una trama secreta cuyo guion vamos forjando a través de nuestra experiencia vital. Somos tanto los actores como los protagonistas privilegiados de dicha trama. Imaginariamente, nuestra vida es, en parte y en cierto modo, una representación para otros. Los otros que nos importan, sea porque los amamos o porque los odiamos. Los otros que conocemos y nos conocen; o los que no conocemos, pero podrían conocernos. Quisiéramos ser algo o alguien para esos otros. Y esa pasión secreta nos hace forjar historias posibles donde —alternativamente— podemos ser héroes, villanos, víctimas inocentes, justicieros, redentores, seductores, sensibles, valientes, duros, inteligentes, locos lindos, revolucionarios, trasgresores, éticos, incomprendidos, etc. En tal sentido, somos a la vez el guionista, la cámara, el actor y el montajista de las historias que forjamos para otros o para algún ojo que imaginamos como posible testigo de nuestra representación. La vida es eso que nos pasa. Pero lo que nos pasa es y será atravesado por nuestra inadvertida pasión historiadora. Buscamos el sentido de los que nos ocurre. Y la búsqueda del sentido tiene el aroma de las historias. Historias fragmentarias y provisorias que anhelamos e ilusionamos engarzar en una única: nuestra propia historia”.

Federico González, Narrativas mentales (2015)

Parafraseando el título de un libro célebre del filósofo Arthur Schopenhauer, como en cualquier orden de la vida, la política es una síntesis entre voluntad y representación, entre deseo y simulación, entre convicción y puesta en escena.

Para comprender los actos de los actores políticos resulta útil, sino imprescindible, conocer qué narrativa los alienta. Qué historias se contarán a sí mismos para hacer y justificar lo que hacen.

Lo que sigue son apenas esbozos conjeturales, más o menos verosímiles, de las narrativas de tres actores políticos que protagonizaron las electrizantes jornadas iniciadas el 22 de octubre. Esto es: Sergio Massa, Javier Milei y Patricia Bullrich (por razones de espacio, dejaremos el análisis de Mauricio Macri para un futuro trabajo)

Aclaramos que lo que sigue no pretende ser un análisis político convencional, sino apenas un bosquejo interpretativo conjetural de lo que podrían ser las narrativas auto formuladas por cada uno de los políticos bajo análisis.

Patricia Bullrich: La heroína valiente y austera con sed de gloria

Patricia Bullrich se define como una luchadora. Y se jacta de esa faceta que define su ser. Patricia se muestra aguerrida, decidida, terminante, segura. Su goce es dar la pelea franca. Se auto percibe corajuda. Se jacta de “tener espalda” para enfrentar a las mafias, a los narcos, a los barras bravas y a los sindicalistas corruptos, a quienes parece decirles: “Acá estoy yo y los voy a enfrentar” Como en aquella frase del barrio: “No pregunto cuántos son, sino que vayan pasando”.

Durante la fallida campaña, Patricia se jactaba de decir que, si le tocaba ser presidente, nadie la iba a doblegar. Nadie le iba a hacer torcer el camino de sus convicciones. “Conmigo no van a poder”, se adelantaba a decirles a los “tira piedras” de siempre dispuestos a desconocer un mandato popular.

Patricia Bullrich se define también como una persona de principios. Una ética de las convicciones donde hay valores que nunca se negocian.

Los valores de Patricia semejan a los denominados valores prusianos: orden, disciplina, trabajo, sacrificio, deber, honradez, rectitud, austeridad, patriotismo.

Luego de la derrota del 22 de octubre, cualquier político se habría retirado a su casa y llamado a silencio para comenzar su proceso de duelo. Pero Patricia no es cualquier política. Apenas le bastó un intersticio de posibilidad para volver a la lucha.

Patricia debe haber pensado que en las situaciones límites es mejor actuar sin elucubrar demasiado. Sin negociaciones estériles y dilatorias. Si esperar permisos de nadie. Acaso creyendo que los auténticos líderes no piden permiso; simplemente pasan a la acción.

Porque para Patricia se trataba de una cuestión de principios y valores. Si la Patria estaba en peligro entonces no cabe la duda. Porque, como alguien alguna vez dijera, la duda es una jactancia de los intelectuales, no de una mujer de acción.

Por eso, casi sin pensar, pateó el tablero de la corrección política y corrió raudamente a sellar su apoyo a Javier Milei. Acaso en su narrativa resonó aquella frase que nos regaló Borges en “Milonga de Jacinto Chiclana”: “De lo único que nadie se arrepiente es de haber sido valiente”.

El refrán popular sentencia que “soldado que huye sirve para otra batalla”. Pero Patricia quizás prefirió pensar algo igualmente minimalista, pero de mayor intensidad: “Soldado que sigue peleando es capaz de ganar la guerra, aunque haya perdido una batalla”.

Porque la narrativa central de Patricia semeja a la de la heroína inclaudicable, cuyo arquetipo podría ser Juana de Arco.

O la misma narrativa expresada magistralmente en aquellos versos memorables de Almafuerte: “No te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz, ya mal herido”.

Entonces Patricia Bullrich pateó el tablero partidario. Para cambiar el tablero electoral.

Componentes de la narrativa:

Ética de principios y valores.

Valores: Coraje. Convicción. Patriotismo. Austeridad. República.

Posibles figuras inspiradoras: ¿Qué personajes parece evocar la narrativa de Patricia Bullrich?: Rta.: Juana de Arco, Arturo Illia y Angela Merkel

Sergio Massa: El macho alfa del peronismo. El estadista desarrollista y popular

Audaz, infatigable, “huidor” hacia adelante, el tigrense encarna perfectamente la quintaesencia de la animalidad política. Sergio juega en toda la cancha. Abre el juego. Se desmarca. Inventa jugadas. Eximio negociador, parece disfrutar de ese juego. No importa si es en Washington con Kristalina Giorgeva, en el Senado con Cristina Kirchner, tejiendo alianzas con gobernadores o negociando con empresarios poderosos. Lo cierto es que para Sergio el universo político parece siempre una oportunidad para negociar y un vasto océano del que siempre se puede extraer poder.

Quizás la expresión sea reveladora: Sergio Massa es un extractivista del poder. Capaz de sacarlo de las piedras. Capaz de edificar estructura donde antes había poco o nada. Capaz de poner a funcionar cualquier coto incipiente de poder al servicio de su gran causa.

Ambicioso y audaz, nunca le huye al desafío. Durante la campaña lo sentenció con contundencia: "Yo, cuando estoy al frente en la tormenta, agarro el timón y no lo suelto".

Sergio Massa nunca arruga. Se anima donde muchos dan un paso al costado. No tiene problema en “quemar las naves” ni en “agarrar la papa caliente”. Pertenece a la privilegiada extirpe de quienes piensan que mañana siempre saldrá un nuevo sol. Como a Patricia Bullrich, también le caben aquellas estrofas de Almafuerte, agregando el verso final: “No te des por vencido, ni aun vencido” (..) “Trémulo de pavor, piénsate bravo y arremete feroz, ya mal herido. (…) “¡Todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de su muerte!”

O parafraseando los versos de “Como la cigarra” de María Elena Walsh: “Tantas veces me mataron. Tantas veces me morí. Sin embargo, estoy aquí. Resucitando”. Porque, políticamente hablando, a Sergio Massa lo dieron por muerto muchas veces, pero está aquí, disputando la final para la presidencia.

Workaholic, conocedor como ninguno de las dependencias y vericuetos del Estado, a Sergio le gusta armar estructuras, pero nunca descuida los detalles, a los que suele atender personalmente. Imaginar cómo es un día en la vida de Sergio Massa produce vértigo: ¿Cómo hace?, ¿Cuándo duerme?, ¿Cómo puede atender con solvencia su WhatsApp sin delegarlo en nadie?

Cultor del arte de huir hacia adelante, uno de las especialidades del Ministro de economía consiste en forjar zanahorias imaginarias a las que la sabiduría mediática suele referir bajo la figura de “sacar conejos de la galera”. Cuando parece que la turbulencia va a doblegar la embarcación, Sergio, a último momento, inventa algo que le permite seguir participando. El dólar soja, el dólar agro, su propia candidatura presidencial al filo del cierre, los yuanes chinos, el préstamo de Qatar, el desembolso de los más de 7 mil millones verdes del fondo, etc.

Ambicioso como pocos, Sergio no solo aspira a ser presidente. Aunque nunca la va a decir (y menos en campaña) su deseo inconfesable es convertirse en el nuevo macho alfa del peronismo.

Porque quizás su aspiracional mayor es profundamente “religioso” y, a la vez, minimalista: “Conquistar el Poder y todo lo demás se me dará por añadidura”

Pero el ser ambicioso de Sergio no excluye la narrativa del hacer incansable y virtuoso. Probablemente, Sergio Massa quisiera ser una locomotora transformadora. Una rara avis que conjuga el peronismo con el desarrollismo. Un arquitecto de esa Argentina posible pero nunca consumada.

Quizás en su fuero íntimo Sergio sueñe con ser una encarnación virtuosa de Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi y Néstor Kirchner. Líder populista. Estadista. Macho alfa del poder.

Acaso esa narrativa explique por qué Sergio tenga hoy un 50% de chances de ser presidente. No es poco.

Quizás esta vez Sergio cumpla el milagro jugando a suerte y verdad. Buscando o inventado los conejos finales que le abran la Rosada. Al fin y al cabo, todo animal político sabe lo que tiene que saber: la política es el arte de lo posible. Y si lo posible no alcanza, habrá que inventar lo imposible.

Componente de la narrativa:

Ética del Poder y del Hacer.

Valores: Poder. Pragmatismo. Trabajo. Voluntad hacedora.

Posibles figuras inspiradoras: Juan Domingo Perón. Arturo Frondizi. Néstor Kirchner

Javier Milei: El outsider libertario e inteligente que necesita Ser, en modo de villano maldito

No es novedad: Javier Milei juega a ser el outsider rebelde iconoclasta que nos trae el evangelio de la libertad junto a la épica anticasta.

La narrativa de Milei encuadra perfectamente en el mito de “El Periplo del héroe", desarrollado por Joseph Campbell, que puede resumirse así:

El mito del Periplo del héroe relata la historia arquetípica de un protagonista que responde a la llamada a la aventura, atraviesa desafíos y pruebas, experimenta una transformación personal y finalmente regresa con un tesoro, reflejando así la búsqueda universal de desafío, crecimiento y significado.

La narrativa de Milei refiere a que había una vez un profesor de economía que enseñaba su ciencia de modo rutinario. Hasta que leyó a unos autores (Ludwid Von Mises, Friedrich Hayek, Murray Rothbard y Milton Friedman) que lo hicieron tomar consciencia de que había estado equivocado en una especie de “sueño dogmático” (al estilo de Immanuel kant con David Hume). Entonces le ocurrió lo que a tantos líderes históricos: una profunda vocación de propósito. Una clara misión de transmitir ese nuevo testamento económico. Las puertas de la libertad se abrieron de par en par, lo cual lo condujo a una amalgama sinérgica entre libertarismo, anarco capitalismo y minarquismo.

Como una especia de Voltaire contemporáneo, en su pasional narrativa Javier Milei quiere libertar a la Argentina de la superstición del populismo y del culto al Estado, para instaurar el reino de la libertad que nos sacará de la decadencia de tantos años y nos devolverá al momento liberal en que el país fue primera potencia mundial. O a la consumación del sueño preclaro del prócer liberal Juan Bautista Alberdi.

Es probable que en su narrativa Milei se sienta orgulloso de uno de sus grandes logros culturales: haber legitimado a una derecha que se avergonzada de su condición. Porque lo cool era ser “progre”. Y porque ser “progre” equivalía a ser moderno, open mind y buena persona. En cambio, ser de derecha connotaba ser arcaico y malvado. Un troglodita. Un individuo egoísta, discriminador e insensible. Entonces muchos de quienes se auto percibían liberales y/o de derecha, tendían a ocultarse antes de padecer el oprobio de aparecer como tontos o como malas personas.

 El “peluca Milei”, le devolvió entonces el orgullo a quienes se sentían liberales. O de derecha.  Aunque más no fuera porque se sentían pertenecientes a una clase media cuyo “pecado aspiracional egoísta” parecía consistir en “desear ser propietarios antes que proletarios” (Adelina Dalessio de Viola dixit.)  O simplemente porque son comerciantes o quieren ser empresarios. O porque, como decía un personaje de la célebre película española “Solos en la madrugada”: “Nueve de cada diez personas que Ud. admira son de derecha”

Para llegar a ese logro, Javier Milei aplicó innumerables horas predicando los fundamentos del liberalismo y explicando lo que había aprendido de Von Mises, Hayek, Friedman y la escuela Austriaca.

Aunque no queda claro cuántas de esas ideas comprendió ese gran público dispuesto a votarlo, lo cierto es que la narrativa de Milei penetró en vastos sectores de una sociedad harta de tantos fracasos. Aunque quizás algunas cosas sí se entendieron plenamente. Por ejemplo, aquello de que los políticos son una casta abominable que se roba la riqueza de los ciudadanos nobles ahogándolo con insaciables impuestos. O que la revolución necesaria que nos va a traer la felicidad radica en quemar el Banco Central, porque esa es la usina de la emisión y, por ende, de la inflación que nos destruye. O quizás, simplemente, porque mucha gente está harta y prefiere a un “loco desconocido” antes que a los corruptos o inútiles de siempre.

Pero como suele ocurrir en tantos órdenes de la vida, a veces las cosas no se presentan de modo puro. Y en esto Milei no es la excepción. Así, a la narrativa misionera del libertario se le adosa la personalidad intensa y desbocada del personaje. Al punto que cabe decir que, si los otros políticos son ellos con su narrativa, Milei es su narrativa.

Tanto que aún cuesta descifrar si se trata de un genio o un necio. Un loco lindo o uno peligroso. Un economista visionario o un farsante de feria.

Como alguna vez dijimos, la ideología suele ser una extensión de la personalidad. Y la personalidad de Milei se revela tan intensa como inasible.

La complejidad del fenómeno Milei acaso radique en el cruce de dos narrativas independientes, aunque subsidiarias: la del libertario y la del personaje en busca de su ser.

Como tantas otras, la historia de Milei parece marcada por el signo de la necesidad de sobreponerse. Tal como lo describió magistralmente el psicólogo Alfred Adler, la búsqueda humana es un intento de superar una arcaica fragilidad. Un niño castigado, un niño que padeció bullying, puede ser una ventana abierta hacia una reivindicación futura. “Algún día, ya va a ver”. Ese placer de los dioses que se come frío.

Entonces Milei aparece como un poliedro de mil caras: genio, loco, creativo, audaz, outsider, inteligente, inestable, inflamable, caprichoso, inmaduro, único, indescifrable. Pero acaso en su fuero íntimo, juega a ser el villano maldito y simpático que viene a vengarse de algún antiguo opresor.

Y eso es tanto parte de su encanto como de debilidad. Y de los malentendidos que suscita en una sociedad huérfana de espejos.

Entonces, cuando el personaje Milei se autoproclama como liberal vociferando con fuerza, muchos lo identifican con un líder nacionalista cuyo leimotiv será poner orden. Y cuando Milei se proclamaba antiabortista, aunque eso resulte más compatible con ser un conservador de derecha antes que un liberal, quizás alguien se sintió identificado solo porque Milei, utilizando sus propios términos, está en contra de esos “zurdos de m…. “

Lo mismo ocurre cuando, desde su narrativa, Milei juega el “juego de la libertad beligerante”, antes que el de la democracia consensuada. O mejor, el de la épica de defender a la libertad con discursos de alto contenido beligerante. “No vengo a guiar corderos, vengo a despertar leones”, “¡Viva la Libertad, Carajo!”, “¡Marche otra motosierra!”

Mientras la tribuna lo festeja, porque hay Milei para todos los gustos. El arte de ser un caleidoscopio de espejos.

En su narrativa desenfrenada, Javier Milei se presenta entonces como un cruzado en la lucha por la libertad, donde no se escatiman los discursos incendiarios. Se supone entonces que la libertad es lo que sobrevendría si se gana esa lucha. Es decir, liberar las potencias creativas de una sociedad para hacer un mundo y una vida mejores. Pero de eso Milei no habla. O si habla, nadie parece escucharlo.

De modo que esa imagen constructiva de la libertad se sustituye por otras menos gráciles. Porque las imágenes más pregnantes de Milei son las de carácter bélico: “Voy a quemar el Banco Central” “Los vamos a sacar a patadas en el c (…)”.

De modo que es posible describir la figura de Javier Milei soslayando su dimensión de Personaje. Porque, como muchos dicen, Milei es un rockstar. Lo cual supone una ética consustanciada con una estética (i.e. “Somos superiores ética y estéticamente”, Milei dixit.)

En efecto, en su narrativa desbocada existe un estilo Milei, una puesta en escena Milei y un look Milei, con camperas de cuero y rugir de leones. “Quieren épica, acá estoy”, parece querer decir Milei cuando actúa en modo de líder social. 

Como todo líder controversial, Javier Milei despierta pasiones y rechazos. Algunos le temen. Quizás como se le teme a todo lo desconocido. Quizás porque lo asocian con Donald Trump y Jair Bolsonaro y éstos no simpatizan. Quizás porque Milei hace y dice cosas que despiertan razonables temores. Porque, ciertamente, existen algunos problemas alrededor de la figura del líder libertario. Por ejemplo:

Milei se descontrola. Cuando algo no le gusta, Milei se torna fácil e intensamente irascible. Y saber qué lo hará descontrolar resulta casi impredecible. Y eso, que no es bueno para un dirigente, lo es menos para un presidente. Como el medicamento que cura en la dosis justa y enferma en la mayor. Las intensidades de Milei son un arma de doble filo: generan la pasión del entusiasmo tanto como el peligro del descontrol. Quizás antes le sucedía con mayor frecuencia. Quizás ahora hace un esfuerzo para no sucumbir. Quizás se nota ese intento de controlarse. Quizás se nota que es un esfuerzo al borde del estallido. Quizás.

La gente está harta de la política y de los políticos. En su narrativa desplegada, Milei representa a la anti política o a la anticasta. Milei se ofreció como la mejor opción más allá de la grieta. Aunque, paradójicamente, a costa de instaurar otra grieta. Milei legitimó el valor de la libertad y con ello muchos argentinos salieron del clóset de lo políticamente correcto, para declarar su orgullo de afirmarse como liberales o de derecha (i.e. “Si, soy liberal y de derecha, ¡¿y qué?!”)

Acaso Milei se jacte de haber mostrado a parte de los argentinos la trampa y el fraude del populismo, el clientelismo y el estatismo, desde donde —y con el “yeite” de proclamar la justicia social del campo nacional y popular— solo se ha logrado degradar a los ciudadanos a la categoría de dependientes, rehenes políticos, indignos, pobres, lúmpenes, marginales y/o zombis sociales.

Milei se siente como un economista que sabe de economía y sabe con seguridad lo que debería hacerse. Por ende, cree que será capaz de solucionar los problemas endémicos de la economía, donde sus predecesores solo acumularon promesas, fracasos y excusas.

En el marco de su teorización sobre la figura del psicoanalista, Jacques Lacan teorizó sobre la noción de un “sujeto supuesto saber”, para referirse al hecho simple de que las personas tendemos a atribuir saberes particulares de algún tipo a otras personas. Aunque dichas atribuciones resultan a veces desmedidas. En tal sentido, parte de los votantes de Milei lo han elegido justamente porque lo han puesto en ese lugar del saber.

Pero nadie pone en ese lugar a alguien que no se haya colocado de antemano allí. En la narrativa de Milei, solo él es el único que sabe. Los demás son todos burros, fracasados o tocan de oído. Y su público asiente: “No sé si entiendo mucho eso de la dolarización, la base monetaria, el circulante, la emisión y la Escuela Austríaca; pero de lo que sí estoy seguro es que este tipo sabe de lo que estaba hablando. Y me confío a él para que me saqué de las penurias de la inflación que me carcome el sueldo y la vida. Y le creo a él y no otros porque, en eso, o ya fracasaron o no parece que sepan como sí sabe Milei”.

Desde otra arista de su narrativa surge una dimensión casi existencial. Como si fuera un gurú de la autoayuda, acaso sin proponérselo, Milei invita a quienes lo quieran oír a liberarse del yugo del “deber ser progresista” o, sin eufemismos de una especie de “progredictadura”. Esa “entelequia opresiva” que pretende prescribir cómo se debe hablar (i.e. el lenguaje inclusivo), qué dogmas deben seguirse (i.e. “las 20 verdades peronistas” o “las 45 verdades del Estado que nos protege”), qué contenidos deben consentirse que se les enseñen a los niños en las escuelas, etc. 

O que nos revela, para pulverizarlo, el listado de los mandamientos opresores de la libertad: “la patria es el otro”, “debes ser solidario”, “no debes ser exitoso”, “no debes perseguir tu mérito”, “no debes incurrir en el pecado capitalista de querer ganar dinero” etc.)

O que nos advierte sobre “la aberración socialista que prescribe que “donde hay una necesidad hay un derecho”, desconociendo que las necesidades son infinitas, pero los recursos escasos.

Como contrapartida, la narrativa de Milei parece implícitamente ofrecer algo análogo a una “tabla de libertamientos”. Por ejemplo: “Busca el reino de la Libertad y todo los demás llegará por añadidura”; “Intenta ser propietario, antes que proletario”; “No es pecado ser exitoso”; “Ganar dinero brindando servicios al prójimo no es solo bueno para uno, sino para la sociedad”; “Nunca debes sucumbir a las trampas del “zurdaje esclavizante”; “No dejes que la casta te robe el fruto de tu trabajo exigiéndote el pago de impuestos confiscatorios”, etc.

Componente de la narrativa:

Ética de la libertad liberadora. Rupturismo mesiánico

Valores: Libertad. Autoafirmación

Posibles figuras inspiradoras: Donald Trump. Jair Bolsonaro. Juan Bautista Alberdi. Ludwid Von Mises. Javier Milei.

Conclusión:

Volvemos a recordarlo. Este artículo no pretende ser un análisis político. Apenas una narrativa conjetural que intenta arrojar luz sobre las historias que, por sus actos y sus palabras, parecen contarse a sí mismos y a la sociedad cada uno de los tres políticos que protagonizaron la política de los últimos días.

Solo restó analizar la narrativa de Mauricio Macri. Lo cual quedará para otro trabajo.


Se autoriza la publicación total o parcial del contenido de este artículo, con la sola condición de referir su fuete.

Contacto: 11-6631-3421

domingo, 25 de junio de 2023

 

La “Des-Unión Patriótica” y la paradoja de su ala beligerante (20 de junio de 2023)

Federico González

Todos lo sabemos: el 20 de junio, es el día de la bandera. Alguna vez fue un día de festejo y de unión nacional. Al fin y al cabo, la bandera es un símbolo de la Patria. Y la Patria es un conjunto de voluntades, con un sueño común, que habita un suelo amado y sagrado.

Escena 1: La política constructiva

Algunos se habían enteraron: el 20 de junio, comenzaba el proceso de inauguración de la última etapa del Gasoducto Presidente Néstor Kirchner. En su edición del 5 de junio, Infobae lo titulaba así: “El 20 de junio se hará la habilitación y puesta en marcha del Estación de Medición de Tratayén y habilitación del kilómetro 0 al 29 y el 9 de julio será el acto formal de inauguración”

En agosto de 2022, a pocos días de asumir su cargo, el Ministro de economía Sergio Massa se había comprometido a inaugurar el Gasoducto Néstor Kirchner hacia junio de 2023.

Escena 2: El arte de la política beligerante

Muchos lo vieron: el 20 de junio hubo un estallido de violencia en Jujuy. El Gobierno Nacional y el Kirchnerismo, es decir: el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner, responsabilizaron de los hechos de violencia acaecidos a Gerardo Morales, el Gobernador de Jujuy. Pero omitieron denunciar y repudiar a los flagrantes hechos de violencia perpetrados por los manifestantes.

El Poder Ejecutivo Nacional tampoco envió fuerzas federales para morigerar el conflicto. En cambio, el Secretario de Derechos Humanos de la Nación Argentina Horacio Pietragalla Corti se hizo presente en esa provincia, no para apaciguar los ánimos, sino para tomar un claro partido a favor de los manifestantes y en contra de las autoridades provinciales.

El Ministro del Interior Wado de Pedro, devenido recientemente en candidato presidencial y posicionándose como un “kirchnerista bueno y dialoguista”, lejos de calmar los ánimos, aprovechó para arrojar más leña al fuego. En efecto, en una carta dirigida al Gobernador Gerardo Morales, se limitó a responsabilizarlo de la represión ejercida contra el pueblo. De la violencia manifestante y de la inteligencia previa para perpetrarla, “Wadito” (como el presidente Alberto Fernández alguno ves lo llamó) hizo “mutis por el foro” o, en jerga encuestológica, “no sabe, no contesta”

Por su parte, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, hasta un determinado momento, apenas se limitaba a retuitear los mensajes de la vicepresidenta Cristina Kirchner.

Ser “piantavotos” o sobre el arte de pegarse un tiro en los pies

Volvamos a la escena 2. El recientemente bautizado “Unión por la Patria” parece tener tres posibles candidatos presidenciables: Sergio Massa, Wado de Pedro, y Axel Kicillof.

El 20 de junio Sergio Massa cumplió una promesa previamente realizada. Cualquier consultor político con un mínimo de sentido común habría aconsejado a “Unión por la Patria” que destacara ese hecho. En una realidad política donde la ciudadanía se queja de que los políticos incumplen su palabra, el logro del Ministro de Economía era una buena ocasión para, sino desmentir, al menos, relativizar aquella sentencia.

Cualquier experto en marketing político se habría hecho un “picnic esloganista”. Por ejemplo: “Sergio Massa. Un hombre de palabra. Sin duda”. “Sergio Massa. Una promesa. Una solución. Una realidad”. “Sergio Massa Cumple”. “Sergio Massa. Una promesa. Una solución. Una realización”. “Sergio Massa lo dijo. Sergio Massa lo hizo”. “Sergio Massa: la política constructiva también existe”, etc. etc.

Era muy fácil. Hubo promesa. Hubo concreción. ¡Y encima era el día de la bandera! ¡Bingo!¡Carambola!

Pero no. “Unión por la Patria”, prefirió la “épica beligerante”. Tal vez por vocación, tal vez por impericia, tal vez por tentación. Entonces hizo la fácil. La que mejor le sale. El error político autopercibido como estrategia excelsa. Como virtuosismo ideológico. Como pureza militante.

 



Quien escribe estas líneas alguna vez (pensando en el kirchnerismo) sentenció: “La ideología, a veces, no es más que extensión de la personalidad”. El kirchnerismo puede ser muchas cosas, pero acaso, fundamentalmente, no es sino una vocación de beligerancia. A Cristina Kirchner y a sus adláteres les tienta la beligerancia. Por más que, a veces, quiera autoconvencerse de lo contrario.

Como sentenció Oscar Wilde, “La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella”. Y el Kirchnerismo sucumbe fácil.

Pero, también lo sabemos, muchas de nuestras tentaciones tienen consecuencias negativas. Destructivas. Autodestructivas.

“Unión por la Patria” podría haber capitalizado el logro de Sergio Massa y de su gobierno para sumar. Al fin y al cabo, no todos los días se inaugura un gasoducto que promete contribuir a cambiar la matriz energética del país. Pero no. Prefirió sucumbir a su tentación fundacional. A su ADN destructivo. A ser el eterno escorpión ante la anonadada rana.

La sabiduría popular lo diría más fácil. El kichnerismo, una vez más, se pegó un tiro en los pies. La serpiente que se muerde la cola.

En la neurociencia, en cambio, el símil es más siniestro, aunque no menos grave. En el síndrome de la mano ajena, una de las manos interfiere con las acciones de la opuesta.

Para desgracia de la naciente “Unión por la Patria”, el 20 de junio la mano siniestra y beligerante del Kirchnerismo fanático, pulverizó en un instante la obra engendrada por la mano constructiva de Sergio Massa, que durante meses forjó el Gasoducto Néstor Kirchner.

Ironía del destino: ¡el gasoducto se llama Kirchner. ¡La mano que se destruye a sí misma!

Escena final: “Aquella banderita” (un texto de inédito de 2014)

El 20 de junio fue, también, el día de la bandera. En 2014 escribí “Aquella banderita”. Hoy, este 20 de junio, en tiempos difíciles de una Argentina desunida que no encuentra el rumbo, conviene no olvidarnos de aquella banderita que alguna vez nos hermanó en los corazones de niños. A continuación, se recuerdo:

Alguna vez fuimos niños. Alguna vez nos ilusionamos con aquellas historias. Alguna vez llevamos con orgullo y alegría la banderita argentina. Alguna vez fuimos felices.

Hacia el final de "Abbadón, el exterminador", en melancólicas palabras sobre los desencuentros de la vida, Ernesto Sábato nos dice que "la escuela donde aprendimos a leer, ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar".


Acaso no importa: aquellas láminas siguen estando en el indeleble arcón de la memoria, donde guardamos tesoros que nadie podría quitarnos.

Alguna vez hubo una banderita del color del cielo, del color del mar. El niño que fui no podría olvidarla.

Luego crecimos y dejamos de creer en tantas magias. Algunos casi nos dejamos tentar por ese vano ejercicio de jugar a ser "ateos de barrio". Y entonces abjuramos de tantas cosas. Alguno, invocando abstractos relativismos, hasta llegó a olvidarse de la banderita. Pero el niño seguía atesorándola junto a lo más preciado.

 

Como tantas otras cosas en la vida, ser argentino es un azar, pero a la vez un destino. Un destino al que ya no podríamos ni querríamos renunciar. Argentina es ese sentimiento noble con gusto a barrio. Argentina es un nombre mágico que convoca un vasto universo de imágenes, sentimientos, sensaciones. Argentina es como la casa de la infancia, como aquellos amigos, como la escuelita de los primeros garabatos, como el primer amor. Argentina es un color parecido al cielo. Nunca lo había pensado; ahora sí: no puedo concebir cielo alguno donde Argentina no esté presente de algún modo.

Para quienes la hemos amado y seguiremos amándola, Argentina es una de las tantas formas del cielo. Y la banderita celeste y blanca, un puente mágico hasta una felicidad infantil que nunca olvidamos.

No sé cuántas cosas podría uno llevarse para siempre. Pero seguramente me llevaría aquella banderita celeste y blanca. Ese pedacito de felicidad en el corazón de niño maravillado. Ese sentimiento que ya es parte de mi alma.

Del color del cielo, del color del mar.

martes, 20 de junio de 2023

Aquella banderita (2014)


Alguna vez fuimos niños. Alguna vez nos ilusionamos con aquellas historias. Alguna vez llevamos con orgullo y alegría la banderita argentina. Alguna vez fuimos felices.
Hacia el final de "Abbadón, el exterminador", en melancólicas palabras sobre los desencuentros de la vida, Ernesto Sábato nos dice que "la escuela donde aprendimos a leer, ya no tiene aquellas láminas que nos hacían soñar".
Acaso no importa: aquellas láminas siguen estando en el indeleble arcón de la memoria, donde guardamos tesoros que nadie podría quitarnos.
Alguna vez hubo una banderita del color del cielo, del color del mar. El niño que fui no podría olvidarla.


Luego crecimos y dejamos de creer en tantas magias. Algunos casi nos dejamos tentar por ese vano ejercicio de jugar a ser "ateos de barrio". Y entonces abjuramos de tantas cosas. Alguno, invocando abstractos relativismos, hasta llegó a olvidarse de la banderita. Pero el niño seguía atesorándola junto a lo más preciado.
Como tantas otras cosas en la vida, ser argentino es un azar pero a la vez un destino. Un destino al que ya no podríamos ni querríamos renunciar. Argentina es ese sentimiento noble con gusto a barrio. Argentina es un nombre mágico que convoca un vasto universo de imágenes, sentimientos, sensaciones. Argentina es como la casa de la infancia, como aquellos amigos, como la escuelita de los primeros garabatos, como el primer amor. Argentina es un color parecido al cielo. Nunca lo había pensado; ahora sí: no puedo concebir cielo alguno donde Argentina no esté presente de algún modo.
Para quienes la hemos amado y seguiremos amándola, Argentina es una de las tantas formas del cielo. Y la banderita celeste y blanca, un puente mágico hasta una felicidad infantil que nunca olvidamos.
No sé cuántos cosas podría uno llevarse para siempre. Pero seguramente me llevaría aquella banderita celeste y blanca. Ese pedacito de felicidad en el corazón de niño maravillado. Ese sentimiento que ya es parte de mi alma.
Del color del cielo, del color del mar.

Agregado de 2023:

En tiempos difíciles de una Argentina desunida que no encuentra el rumbo, conviene no olvidarnos de aquella banderita que alguna vez nos hermanó en los corazones de niños.

domingo, 11 de junio de 2023

Los tres tercios tienen nombre: Patricia Bullrich, Sergio Massa y Javier Milei


Introducción: Convicciones, conjeturas y provocaciones operativas

Las clasificaciones pueden esconder alguna dosis de verdad y otra de arbitrariedad. La siguiente no escapa a esa regla: existen tres modos básicos de la opinión: 1) El modo del pensamiento en voz alta: expresamos sin demasiado filtro aquello que se nos ocurre, aunque aclaramos ese carácter. 2) El modo conjetural: formulamos una hipótesis de trabajo e inferimos sus consecuencias y 3) Sentenciamos taxativamente, si es que estamos muy convencidos.

Pero las clasificaciones suelen también no ser exhaustivas. Es probable que algo quede fuera del sistema categorial. Y entonces nos asiste la tentación de trascender lo antes estipulado. Sucede que el pensamiento necesita tanto estructura como espacio para volar. Por eso me gusta la idea de la “provocación operativa”, formulada por Edward de Bono; ese genio olvidado del estudio del pensamiento humano. A modo de ejemplo, utilizaré una provocación operativa para definir su esencia: “La provocación operativa es una alquimia entre hipótesis, juego mental, ejercicio exploratorio y ¡eslogan publicitario!”. En tal sentido, un buen titular quizás pueda resultar un adecuado ejemplo de provocación operativa.

Explicado esto cabe ir al meollo del asunto: “Los tres tercios tienen nombre: Patricia Bullrich, Sergio Massa y Javier Milei”. Tal enunciado constituye la provocación operativa central del presente artículo.

¿Escenario de tercios o tres espacios con chances ciertas?

En su acto del 25 de mayo, la vicepresidenta Cristina Kirchner lo sentenció con claridad y elocuencia: “Estas elecciones van a ser atípicas. Son elecciones de tercios”. “Vamos a un escenario de tercios”

Quien escribe estas líneas, hace unos días respondía a quienes le consultaban al respecto:

“A mí en la escuela primaria me enseñaron que un tercio equivale a 0,33 periódico, o 33,3%. Entonces acá, en sentido estricto, no tenemos tales tercios. Porque, conforme a mis números (y el de varios colegas), Juntos por el Cambio alcanza un 32,7%, el Frente de Todos 25,5% (siempre y cuando el candidato sea Sergio Massa) y Javier Milei, 22,9%.” (cabe aclarar que hoy, 15 días después, esos números han cambiado a 32,5%, 24,9% y 24,6%, respectivamente; vale decir: un tercio vs. dos cuartos)

Agregaba luego: “Ahora bien, si por tercios se quiere decir que hay tres espacios políticos que tienen chances de ingresar a un ballotage y/o de alcanzar la presidencia, entonces sí: habría tres tercios”

Agrego ahora: “Luego del cuasi lanzamiento de Sergio Massa realizado el sábado en el marco del Congreso del Frente Renovador, podemos ya decirlo sin eufemismos. “Los tercios son ya una abstracción difusa para referirse a los tres únicos candidatos presidenciales con chances reales más o menos similares: Patricia Bullrich, Sergio Massa y Javier Milei”.

Sergio Massa y el Congreso del Frente Renovador: “Habemus candidatum”

En el referido Congreso del Frente Renovador, Sergio Massa dejó entrever que, con o sin PASO, él será candidato. Abrió el camino entonces a despejar la última incógnita relevante para que se configure el escenario electoral de 2023.

En nuestro último estudio de nivel nacional, al evaluar 5 escenarios de intención de voto en las elecciones PASO, los resultados obtenidos fueron contundentes: Sergio Massa no solo aparecía como el candidato más votado del Frente de Todos, sino como el único verdaderamente competitivo.

Conforme a nuestra encuesta del 25 de mayo, en un escenario de PASO extendido, el Ministro de economía obtendría 15,9% y superaba holgadamente a los restantes precandidatos del FdT (Axel Kicillof, Daniel Scioli, Wado de Pedro, Juan Grabois y Agustín Rossi).

Cuando se relevaban escenarios con candidato único, el tigrense obtenía una mejor performance (24.7%) que Wado de Pedro (14.3%) y Axel Kicillof (18.9%). Por aquellos días, ante la pregunta sobre quién era el mejor candidato del FdT, yo solía sentenciar:

1) El único candidato competitivo que tiene el Frente es Sergio Massa.

2) Si el Frente quiere perder, que pruebe con otro. Entonces la derrota estará asegurada.

3) Si el Frente tiene vocación de suicidio, entonces que pruebe con Axel Kicillof o con Wado de Pedro.

4) Si el Frente quiere una derrota épica, que pruebe con Wado de Pedro.

5) Si el Frente quiere una derrota importante, aunque menos épica que la obtendría con Wado de Pedro, que pruebe entonces con Axel Kicillof.

6) Si el Frente quiere una derrota “con fe y optimismo”, entonces que pruebe con Scioli.

 7) Pero si el Frente tiene vocación de ser. Es decir, de seguir existiendo. Entonces no hay duda: que pruebe con Sergio Massa.

Empero, como suele decirse, en la Argentina una semana equivale a meses. Y, por lo tanto, desde ese 25 de mayo al 11 de junio, Wado de Pedro tuvo tiempo para ir instalándose como un fiel “hijo de la generación diezmada”; Axel Kicillof, como aquel que mejor capitaliza los votos de Cristina y Daniel Scioli como el “guerrero que nunca se rinde” y promete dar su batalla con fe y esperanza. Mientras que se iba bosquejando un contexto a base de declaraciones crípticas, intrigas y rumores donde afloraba un manto de dudas sobre la eventual candidatura de Sergio Massa.

Pero en los apremiantes tiempos electorales tanta duda y misterio vienen con fecha de caducidad predeterminada. Faltan pocos días para definir las candidaturas y no queda demasiado espacio para las dilaciones inútiles.

El discurso de Sergio Massa de ayer avanzó en grado sumo sobre tales definiciones. Y las mismas justifican entonces mi primera provocación operativa: “Sergio Massa será el candidato único del Frente de Todos, o como sea que vaya a denominarse el espacio que representará”. 1/3 definido.

Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta: crece la tensión, pero “la sangre no llegará al río” (ni siquiera “el agua llegará al cuello”)

La semana que termina no fue pacífica para Juntos por el Cambio. Las cosmovisiones desencontradas de Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, “Lilita” Carrió, Gerardo Morales, Luis Juez y Miguel Ángel Pichetto (por nombrar solo algunos), produjo un gran tembladeral que prohijó dos interpretaciones opuestas del análisis político, a saber: 1) “Juntos por el Cambio corre un alto riesgo de romperse”. 2) “En Juntos por el Cambio se asiste a los chisporroteos propios de las disputas de liderazgo: Patricia vs. Horacio, Horacio vs. Mauricio y “Lilita” vs. Mauricio y Patricia. Pero “la sangre no llegará al río” y, ni siquiera, “el agua llegará al cuello”.

El eslogan de una antigua publicidad de gaseosa rezaba así. “Aguante la sed hasta hacerla insoportable”. En la retórica de aquel aviso mítico alguien (un náufrago en alta mar, un peregrino en el desierto, etc.) era rescatado cuando estaba a punto de morir de sed. Pero cuando le ofrecían el líquido salvador, optaba por unas tentadoras papas fritas. El remate o la moraleja era simple y contundente: el aumento de la tensión displacentera incrementa el momento del alivio placentero. En otros términos, es bueno aguantar un poco de sufrimiento en aras del placer mayor que se anticipa. Está arraigado en nuestra cosmovisión del mundo: haberse enfrentado a obstáculos, peligros y superado situaciones límites, confiere valor a la acción humana. Y representa la quintaesencia de la épica, de la heroicidad.

El psicólogo motivacional estadounidense Ernest Dichter, pionero del estudio de la psicología del consumidor, desarrolló esa tesis en un libro clásico “La estrategia del deseo”. El deseo humano no solo es el “mejor arquitecto de la vida” (tomo prestada la brillante definición del prestigioso periodista Luis Novaresio), sino que posee su propia lógica intrínseca. Aunque puede sonar paradójico, existe una inteligencia inmanente al deseo humano, aunque ésta pueda resultar más o menos inadvertida.

En su magistral libro “El azar y la necesidad”, el biólogo evolucionista Jacques Monod nos invita a pensar que la biología misma es la síntesis de las leyes naturales y del azar. La teoría de la evolución ilustra claramente esa tesis.

Años después, el pensador libanés Nassin Thaleb, en su ya clásica obra “El cisne negro”, nos invita a pensar sobre la importancia del azar en los acontecimientos de la vida social y política. Recordemos que para Thaleb, el cisne negro resulta una metáfora sobre la consumación de lo altamente improbable en nuestra vida social y personal. Aunque encierre cierto aire de paradoja, sabemos que siempre habrá algo que nos va a sorprender; simplemente porque no estábamos preparados para preverlo.

Siglos antes, un adagio anónimo había anticipado algo análogo con dramatismo existencial. “Si se declara un incendio en el agua, ¿quién podrá apagarlo?

Mirado retrospectivamente, era difícil imaginar que Juntos por el Cambio podría estar hoy al borde de un cisma destructivo. Pero ocurrió. Se declaró un incendio sobre las aguas mansas de un espacio que se autopercibía como indiscutible ganador de las elecciones. Y, por ende, que se ya se sentía como el próximo gobierno.

Solo un conspiranoico podría pensar que este conflicto desatado por la pretensión de Rodríguez Larreta, encaminada a agrandar el espacio cambiemita pergeñando una alianza con el Gobernador de Córdoba, podría deberse a un plan fríamente calculado. Está bien que Larreta tenga fama de estratega, pero, como dicen los jóvenes, en este caso tanto maquiavelismo enrevesado, simplemente “no da”. Además de que no termina de comprenderse. Porque si Horacio Rodríguez Larreta hubiera querido romper Cambiemos, ¿no podría haber sido más explícito o directo? Ciertamente, tal hipótesis destructora, “no da”

Seamos razonables. Los actores políticos planifican para maximizar sus beneficios y, para eso, elaboran estrategias. Pero como las negras también juegan, cuando las fuerzas políticas antagónicas chocan en el campo de operaciones, suelen engendrar emergentes impensados. Que parecen obras del azar. O de lo imprevisto. O de “diablos que meten la cola”.

Así es la política. Como la vida. Muchos hechos suceden más allá de las voluntades de las partes, pero, al mismo tiempo, acontecen justamente por las mismas voluntades de las partes que, al chocar, enhebran azares.

Ciertamente, desde una mirada parsimoniosa, podría decirse que tanto a Horacio Rodríguez Larreta como a Patricia Bullrich le asisten razones políticas atendibles para sostener sus posiciones. Veamos:

Desde su “burbuja política”, Horacio podrá insistir con aquello de la necesidad de sumar para ganar y cuestionar cierta tendencia a la endogamia que habría afectado al gobierno de Mauricio Macri y podría, de no mediar los recaudos necesarios, repetirse ahora. La inteligencia política correctiva debería ser un buen remedio y vamos entonces “Juntos con Schiaretti”. Y los que no lo entiendan (léase Patricia y Mauricio) están sencillamente equivocados y solo consiguen negarse al crecimiento del cambio, en nombre de un sectarismo exagerado, bravucón e inconducente.

Por su parte, desde la “burbuja política” de Patricia, se sostiene que el único cambio legítimo debe contener el ADN de la convicción, el coraje y la pureza. Parafraseando aquellos versos de Lao-Tse que inician el Tao Te Kin (“El Tao que se puede nombrar no es el verdadero Tao”), “El Cambio que se puede mezclar no es el verdadero Cambio”. Encarnemos entonces el cambio profundo, el verdadero, o solo seremos más de lo mismo. Es decir, nada más que un nuevo fracaso. Es decir: Nada.

Además, agrega Patricia y enfatiza Mauricio (palabra más, palabra menos): la decisión de Horacio fue incomprensible, inadecuada, torpe, inconsulta, temeraria e incoherente respecto de los intereses de Juntos en Córdoba, etc., etc. Y, agrega y enfatiza Patricia (palabra más, palabra menos), parece más bien movida por el objetivo inconfeso de Horacio de “sumar para su quintita y en mi contra, sin medir las consecuencias que tiene para el espacio”.

Desesperaciones de quienes se saben perdiendo, pensarían en el entorno de Patricia sobre las razones que animan a Horacio.

Entonces, ¿habrá ruptura o habrá fumata de la paz? Para responder a este interrogante ensayaré mi segunda provocación operativa. Esta vez en clave de narrativa más elaborada:

Primará la cordura sobre la ruptura. Porque ¿a quién la conviene ahora una ruptura? Hay que ser demasiado pasional o estar demasiado loco para tirarse un tiro en los pies. O tener vocación suicida. O una alta dosis de temeridad (eufemismo para denominar a la valentía irracional). Y Horacio no tiene nada que ver con eso. Porque Horacio es un ser racional. Un ajedrecista del poder. Que acaso calculó mal su jugada. Al fin y al cabo, hasta los grandes maestros de los trebejos como Garry Kasparov o Bobby Fischer, también perdían partidas.

Ok, se preguntará el lector: ¿Pero de esta, como se vuelve? ¿De qué podría disfrazarse Horacio si una voluntad superior le termina vetando su “gran acuerdo gran” con Juan Schiaretti y el cordobesismo extendido hacia un centro federal, tan impreciso como real?

Los refranes populares siempre son útiles para responder a dilemas aparentemente insolubles. “Si hay miseria, que no se note”, acude raudamente a mi mente. Para transformase inmediatamente en: “Si hay derrota que no sea humillante”. Que sea un pequeño traspié, una derrotita edulcorada. Pergeñemos una puesta en escena. “Dadme una derrota digna para que pueda seguir andando con la frente alta”. O al menos, para que no tenga que “volver con la frente marchita”.

Quien escribe estas líneas (provocación operativa) ya lo anticipó el mismo día de la discordia: “Denme un Espert y, a cambio, sacrifico un Schiaretti”. Es una buena fórmula para que Horacio pueda retirarse airoso y así poder seguir luchando por su candidatura. Con la frente alta. Al menos podría disfrazar el infortunio en una especie de empate técnico. Y, por supuesto, reclamando la firma de un pliego de condiciones que compense la retirada con el pago en especies de algún tipo: candidaturas, armados, alguna ayudadita para el amigo Gerardo Morales (“estaba tan alterado, que me acicateó a riesgo de que el agua casi llegó al cuello”), etc. “Si quieren la paz y no la ruptura, entonces denme algo para que la derrota no sea tan dolorosa”.

Al fin y al cabo, hablando se entiende la gente. Y nosotros somos gente civilizada. No esos innobles salvajes que abundan por otros lares. Y la política es el arte de lo posible. Y yo, Horacio, soy un hombre de diálogo, de consensos, de negociación. Un arquitecto del poder. A mi manera.  The end.

Y entonces vivieron felices. Porque salvaron su causa. Pero (…)

“Lo que no mata, te fortalece”, sentenciaba Friedrich Nietzsche. Pero ¿a quién fortalecería ahora? Ya lo dije en otro texto: Como en la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana, existe un instante mítico en que dos se miran y ya se sabe quién es quién.

Entonces cabe la segunda provocación operativa: “No habrá ruptura y Patricia Bullrich será la candidata de Juntos por el Cambio porque le ganará holgadamente las PASO a Horacio Rodríguez Larreta”. Primero, porque solo basta mirar los números que se consignaron arriba: Patricia Bullrich, 20.6%; Horacio Rodríguez Larreta, 7.0%. ¿Game over?

 Pero, además, debido a que lo que no mata aquí fortalece por partida doble. Porque, por un lado, aunque sin estridencias, Patricia Bullrich saldrá airosa del conflicto desatado por Horacio Rodríguez Larreta. Pero, contrario a lo que prescribe el análisis político que suele dejarse llevar por las primeras impresiones, este conflicto intestino de Juntos por el Cambio, lejos de hacerle perder votos al espacio, contribuirá a favor de la potencial ganadora. Porque la cobertura mediática que tuvieron Patricia (y también Horacio) durante estos intensos días, hicieron que su nivel de conocimiento se elevara ostensiblemente.

Como sucede con los escándalos de la farándula. Al fin y al cabo, en la política espectáculo y farandulesca de los tiempos líquidos, el escándalo da rating. ¿O no sucedía eso en el “Gran Hermano”? Que es “primo hermano” de la política. Aunque no nos guste reconocerlo. 

Entonces, culminando la narrativa provocadora y operativa: “Patricia Bullrich emergerá de las PASO como una líder ganadora e indiscutida. Convirtiéndose entonces en la candidata legitimada de Juntos del Cambio. Nacerá así una nueva estrella política en el firmamento vacío por las ausencias de Cristina y Mauricio”. 2/3 definido.

Javier Milei: El tercio seguro de un león sin presa

El análisis de Javier Milei en el marco de este artículo será minimalista. No porque sus chances resulten menores. Sino porque su puesto en la terna de los tercios está ya asegurado. No obstante, sea porque aplica al caso o por un exceso de simetría, podemos reservar alguna provocación operativa para el libertario. En este caso en clave de paradoja.

Milei tiene su tercio asegurado porque no debe competir en ninguna interna. Lo cual no sorprende: Milei es Milei. Demasiado ego como para admitir alguna osada “sombra brillante”, como la de un Carlos Maslatón.

Respecto de la carrera presidencial, Javier Milei correría entonces con ventaja: ¡Es el único presidenciable con chances que ya llegó a las PASO! Y, sucumbiendo a la metáfora fácil y simplista, va a llegar entero y fresquito. Sin necesidad de haber dejado jirones de integridad en el camino. Al menos no los del fuego amigo (a pesar de que las “elogiosas críticas” de Maslatón, desmientan esto)

Pero, ¡cuidado!, como decía nuestro filósofo porteño Guillermo Francella en aquel gracioso sketch (que acaso hoy sería cancelado): “¡Ojo!, no es lo que parece!” Porque, ya lo dijimos antes a propósito de Patricia, y podemos —en parte— extenderlo ahora aplicado a Sergio: “Lo que no mata, fortalece”
Lo cual amerita un interrogante más pedestre que filosófico: ¿Qué pesa más al llegar a las elecciones generales: el training de haber ganado batallas previas y, eventualmente, portar la corona de gloria obtenida ante el adversario vencido; aunque se llegue con los magullones propios de la contienda?, ¿O la cómoda soledad de no haberse desgastado previamente, pero tampoco haberle ganado a nadie en el camino?

Javier Milei se autopercibe como un león, como el macho alfa de la manada. Como un incendiario “anticasta” que “los va a sacar a patadas en el c (…)”. Pero, provocación operativa, ¿no podría ocurrir que ese león salvaje que Milei se imagina, luego de las PASO sea apenas un león herbívoro que se habría limitado a pastar tranquilo, mientras que, por ejemplo, Patricia vendría de un triunfo épico ante el Jefe de Gobierno porteño? Y Sergio Massa, si fuera candidato, ¿no lo sería también por haberse sobrepuesto a las veleidades de Alberto Fernández y a las pretensiones tardías de Daniel Scioli? Tanto como al purismo sectario de La Cámpora, a la exultancia de “Wadito” (el hijo más dilecto de la generación diezmada) y a la exasperante ambivalencia dilatoria de Cristina.

¿Quién sabe? Al menos yo no estoy tan seguro. Porque hoy no vengo a sentenciar certezas sino, apenas, a bosquejar provocaciones operativas.

Aunque sí tenga las mismas convicciones que tenemos casi todos: “En la teoría de los tercios, Javier Milei corona el entero. 3/3.

Síntesis

Solo tres candidatos tienen chances ciertas. Los tres tercios tienen nombre y apellido: Patricia Bullrich, Sergio Massa y Javier Milei. “El resto es paisaje” (tomo prestada la frase del Maestro Jorge Asís; la dijo tiempo atrás, cuando todavía Cristina y Mauricio formaban parte del listado de los posibles)

Y eso tiene más el aura de la sentencia que la provocación operativa.

 

Se autoriza la publicación total o parcial del contenido de este artículo, con el único requisito de citar la fuente.

Contacto: 11-6631-3421